Los Celtas durante un tiempo dominó buena parte de Europa.
Como guerreros, comerciantes y colonos, los celtas lucharon, comerciaron y se
asentaron en todas las direcciones: por todo lo que hoy es Francia, España y
Portugal hasta el rugiente Atlántico; al norte de las húmedas y heladas islas
de Gran Bretaña e Irlanda; al sur cruzando los altos pasos alpinos hasta los
fértiles valles del norte de Italia; y al este de los Balcanes y Grecia, donde
cruzarían el Bósforo a Asia Menor para fundar una nación propia – GALACIA- en
el corazón de la actual Turquía. En su agresiva expasión por Europa, entre los
siglos VII y I a. C., afectaron a menudo el curso de la historia antigua.
Varias tribus celtas saquearon la
Roma preimperial, apresuraron el declive de los etruscos,
lanzaron incursiones contra Delfos, en Grecia, y según un relato incluso
notaron un golpe de estado en Egipto.
De hecho los logros celtas en esta área impulsaron al arqueólogo italiano del siglo XX Sabatino Moscati a llamar a los celtas:
“ los primeros abstractos del mundo, los primeros modernos auténticos”.
Más aún, eran un pueblo inteligible, famoso por la elocuencia de los bardos y sacerdotes. Pero, sobre todo, eran agricultores. Aunque los hijos de los aristócratas y sus seguidores puede que estuvieran fuera luchando, la mayoría de los celtas trabajaban pacíficamente sus tierras y contaban sus riquezas en el número de cabezas de ganado que poseían